AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 04 - VERANO 2009

 

Habla más Bajo

Jenn Díaz

 

Por las noches monto mi cama en la habitación de Isidro. Por las mañanas, cuando me levanto, la desmonto. La habitación de mi sobrino es tan pequeña que no se puede tener todo el día montada mi cama. Si pongo la cama, la puerta no se puede abrir o cerrar. Isidro decía que no importaba, que cerráramos la puerta y pusiéramos la cama, pero a su madre no le hace ninguna gracia que quedemos encerrados en su habitación sin que ella pueda vernos. Yo dije que, por las mañanas, me despierto antes y quiero salir. Él dijo que lo llamara y salía al mismo tiempo que yo. Pero al final quedamos en eso, en que montaría y desmontaría la cama y la puerta siempre estaría abierta. A veces, por las noches, Isidro se levanta despacito de la cama y se acerca a mi oreja y me dice: tengo miedo. En un susurro que me pone toda la piel de gallina. Y le tranquilizo con palabras. Pero lo que él necesita que le tranquilice es el cuerpo. Y dice: déjame meterme en tu cama, tía, como antes. Lo que ocurre es que el antes al que él se refiere queda muy lejos. Él ni siquiera se acuerda. Pero cuando me vine aquí a vivir, con ellos, su madre dijo: mira, como cuando eras pequeño y la tía venía a dormir a casa y no había más sitio que tu cama. Ahora no es lo mismo, dije, porque ahora Isidro tiene quince años y hasta tiene un poco de barba. Las primeras noches no le hacía caso. Le decía que no, que se quedara en su cama, que no fuera un niño chico y se durmiera. Algunas noches más tarde me entró el miedo a mí y le pedí que se viniera.

-Isidro.

-Qué.

-¿Estabas dormido?

-No. Estaba pensando.

-¿En qué?

-En el tío.

-¿En cuál?

-En el tuyo. No tu tío, sino mi tío que es tu marido.

-Que era…

-Bueno, que se haya muerto no significa que ya no sea tu marido.

-No…

-¿Qué querías?

-Que tengo miedo.

-¿De qué?

-De la noche.

Y salió de su cama sin decir ni una palabra y se metió en la mía. Me dijo: no tengas miedo, tía, ni de la noche ni de nada, yo estoy contigo. Y se cogió fuerte de mi cintura y no supe apartarle a tiempo la mano. Se la dejé allí. Al principio inmóvil, después haciendo círculos sobre mi ombligo. Al día siguiente no sabía yo cómo mirar a mi hermana. Por supuesto que ella no sabía nada, aunque la puerta esté abierta, eso se sabe por los ronquidos que hacen ella y mi cuñado cuando se duermen. Se oyen por todo el pasillo. Isidro los tiene igual de medidos que yo y ya hace semanas que se viene a dormir a mi cama y me dibuja cosas en la barriga. A veces le digo: esto está mal. Pero él hace como que duerme y respira flojito en mi cuello, que se esconde ahí y eso sí me recuerda a cuando era un niño pequeño. Una noche no pude más y lo que hice fue cambiarme a su cama cuando él estuvo dormido. Me costó tanto entrar en el sueño que, por la mañana, cuando entró un poco de sol por la ventana, momento en el que Isidro y yo volvemos a nuestra posición normal para que mi hermana no nos vea, en ese momento seguí durmiendo porque no podía ni abrir los ojos. Y entró mi hermana y me preguntó qué hacía yo en la cama del niño y el niño en la mía. Lo preguntó interrogándome, sospechando. Isidro dio un brinco y dijo que entraba un poco de aire por la ventana y que me pidió cambiar. Aquella noche mi hermana nos puso dos mantas en las camas, iguales, con las que nos tapamos hasta la cabeza. Gran parte de la noche sólo usamos una.

-Tía.

-Habla más bajo.

-Vale. Tía.

-Qué.

-¿Aún tienes miedo?

-No lo sé.

Me gustaría que aún fuera miedo estas ganas de que Isidro venga a mi cama. Y me gustaría que me llamara por mi nombre y dejara de decir tía. Esta noche se lo voy a decir. Que me llame Alfonsina pero que por las mañanas vuelva a llamarme tía. Mi marido, en paz descanse, me llamaba Fonsina, le diré que si quiere llamarme así. Él seguro que va a querer. Seguro que va a querer. Pero tenemos que ir con cuidado, porque mi hermana, desde lo de las mantas, me mira raro. Y a veces canto, porque por la noche Isidro me ha escrito cosas en la espalda que me han puesto contenta, y por las mañanas canto de alegría, barro el patio y tarareo una canción, y ella no se explica que yo tenga ganas de fiesta habiendo muerto mi marido. Lo que no sabe es que los atavíos de fiesta me los dibuja su hijo todas las noches. Con las manos. Y no me besa, no me acaricia. Sólo me pinta lugares en los que no he estado, ni él tampoco, y a los dos se nos va un poco el miedo a la noche. Y a la vida. Pero no puedo decírselo, o tendré que irme a otra casa a vivir, y no me quedan más. Después de tantos años sin hablarnos no puedo hacerle esto. Tampoco ella puede quitarme esta serena noche.

-Tía.

-Habla más bajo.

-Tía… tía…

-Qué quieres, niño.

-¿Qué pasaría si mi madre nos viese ahora?

-Duérmete, Isidro.

-Cántame que no puedo.

Pero no me salía la voz. No me salía y él me sacudía suave, suave como diciendo que cantara. Y en una de ésas noté como también era su cuerpo el que me pedía que le cantara. Y que le bailara también, si podía ser. Pero no podía ser. Pero la voz no me salía. Porque si nos ve su madre, qué más da, que nos pegue a los dos, que nos eche de casa, qué más nos da, si yo he estado media vida sin su risa, sin su voz, sin el ruido de sus pasos, sin sus ojos de rata sabia, pero qué pasaría si nos viera mi marido, si Dios sólo sabe qué pasa cuando una persona se muere, qué pasaría si nos viera con las manos cogidas y con la manta por la cabeza, qué pasaría si alguien oliera el sudor de los dos cuerpos, de tía y sobrino, bajo esta manta que da tanto calor.

-Tía.

-Habla más bajo.

-Tía, cántame, por favor, que no puedo dormir.

-Isidro.

-Qué.

-Llámame Alfonsina. O Fonsina. Lo que más te guste.

-Cántame, Fonsina, cántame, por lo que más quieras.

Habla más Bajo
 

@ Agitadoras.com 2009